Tras nuestra “preciosa” excursión a Suzhou, nos
levantamos al día siguiente con la mente ya puesta en volver a casa. Nos
quedaban menos de 48 horas para tomar un avión y aterrizar en España. Pero
bueno, aún nos quedaban unas horas por Shanghai, por lo que no dudamos ni un
segundo en aprovecharlas.
En principio habíamos visto todo lo más importante
de la ciudad. Así que pensamos en ir a hacer algunas compras a un lugar
parecido al mercado de la seda de Pekín. No recuerdo muy bien la localización,
porque el lugar se lo recomendó un antiguo compañero de trabajo de mi hermano,
pero estaba más allá de la Plaza del Pueblo. Cuando llegamos estaban
empezando a abrir las tiendas y los que trabajaban allí estaban empezando la
jornada, así que casi no había movimiento, aunque las pocas personas que había
allí eran extranjeros.
Uno de los recados que teníamos era comprar algunos
relojes Rolex. Se pueden conseguir, pero no los venden en las tiendas
como otros productos, porque están “prohibidos”. Las comillas las pongo, porque
se supone que no los pueden vender, pero los puedes conseguir de todas maneras.
Como comenté en la primera entrada de Shanghai, si
caminas por Nan Jing Lu (南京路), es muy probable que se te acerquen chinos con unos papeles plastificados
para venderte relojes y bolsos de marca. Normalmente lo que hacen es llevarte a
una calle estrecha o a un piso y vendértelo allí, lejos de los ojos de los
agentes de la ley. En estos mercados, también usan este tipo de estrategias,
pero son un poco distintas.
Había regateado mucho, muchísimo en un año. A veces
había ido bien, otras no, otras había que sudar y pasarse muchos minutos...
Pero nunca había vivido una de esas experiencias que contaban a la hora de
comprar imitaciones de lujo y en parte me alegraba porque no sabía muy bien
cómo iba a reaccionar regateando, por ejemplo, en un aparcamiento.
Dimos varias vueltas por el recinto y fuimos
echando un vistazo a las tiendas que tenían relojes. Una de las cosas que más
me agobian de estos sitios es que no puedes ver los productos con calma. En
cuanto fijas la vista en algo, ya tienes al vendedor encima, como una mosca
cojonera. Y hay que tener mucho cuidado, porque si muestras interés por algo,
muy difícilmente vas a salir de la tienda sin llevártelo y si sales sin nada,
te vas a llevar un bronca en chino del vendedor con unos cuantos improperios
gratuitos que no vas a entender, pero por el tono vas a saber que son mucho más
que un simple mal nacido y maldita sea.
Pues tras echar un vistazo a todo el recinto,
entramos en una, porque me fijé que el vendedor era jovencito y tenía cara de
buena persona. Así sabía que podía regatearle mucho más que a uno más mayor y
con más experiencia. Entramos a mirar los relojes y le dije en chino ¿Tienes Rolex? De repente, miró a izquierda
y derecha y me preguntó: ¿Cuánto te
quieres gastar? Yo le respondí que primero me enseñara los que tenía. Me
abrió un cajón y sacó unos cuantos, pero eran horrendos. Y le dije que si tenía
más, que esos no nos gustaban y dijo que o me gastaba mucho dinero o nada.
Salimos y decidimos buscar otro.
Sin embargo, al poco de salir de la tienda, entró
otro chino y se puso a hablar con él y cuando estábamos a punto de ir a otra
tienda, me llama y me dice: Sígueme. Bajamos unas escaleras mecánicas,
atravesamos un pasillo lleno de tiendas y nos metió en un local donde vendían
juguetes para niños. Habló con un chino que estaba allí y de repente, se fue.
El chino que había en el local, hizo una señal con el dedo para que lo
siguiéramos y se fue para la parte de atrás del local.
En este punto, empezó a dar golpecitos en la pared,
como cuando llamas a la puerta con el dedo, de izquierda a derecha. Tras dar
varios golpecitos huecos, cogió una placa de madera y la desplazó hacia la
derecha, dejando entrever un pasillo oscuro. En este momento, ya me estaba
comiendo las palabras de que suerte
que no he comprado nada en sitios raros, pero ya no había marcha atrás.
Lo seguí para ver qué iba a hacer. Mi hermano iba
detrás, mi cuñada miró atrás asustada y mi madre preguntó si aquello seguro. El
pasillo al que entramos era diminuto, cabía una persona y no había iluminación
alguna. Siguió el ritual, y abrió otra placa de la pared que daba a otra parte
del pasillo, y después lo mismo con otra placa, que daba a una especie de
trastienda. Allí encendió la luz y nos hizo pasar. A la derecha había un
armario lleno de cajones. Los fue abriendo y empezó a sacar relojes y más
relojes de todas las marcas. Lo que tenía aquel tío allí, era espectacular.
Eran falsificaciones, pero eran maravillosas. Los relojes brillaban de una
manera especial. Después de sacarnos como 10 fundas con relojes de todas las
marcas, le dijimos que nos dejara sólo con los Rolex. Y aquí empezó el juego
del regateo.
No sé exactamente lo que duró, pero esto era como
un combate de boxeo en el que hay muchos asaltos y tienes que ser consciente de
que aunque pierdas algún asalto, el combate sigue. Lo importante es llegar al
último asalto y ganar.
El precio de salida que me ofreció él era de 6000
yuanes por tres relojes, a lo que le contesté que no pensaba ni decirle una
cantidad, porque eso era ridículo. Al principio, el tío empezó de buen humor,
pero se le fue agriando el carácter con el paso de los minutos. Bajo a 3000 y
yo le dije que un amigo mío había sacado cada Rolex por 100 yuanes, a lo que él
me dijo que no podía ser. Era mentira, pero como él me quería engañar, yo
quería engañarle a él. Y así siguió el juego.
Seguimos jugando con los precios, yo iba subiendo
lentamente y él iba bajando. Mi cuñada estaba en la puerta vigilando, porque no
las tenía todas, a mi madre se le había comido la lengua el gato y mi hermano
iba dándome apoyo moral. A todo esto entró un chino a recoger relojes para
venderlos en otra parte. Los minutos pasaban y la batalla continuaba. Estábamos
en los 1200 por los 3 relojes que nos queríamos llevar y yo le dije que ni
hablar. Mi intención era pagar unos 600/700 como mucho, porque ya más me
parecía caro por una imitación. Estas son las referencias que me habían dado y
que había leído que es lo que se podía pagar como máximo. Estaba lejos del
objetivo, pero yo quería seguir peleando.
Y allí estuvimos. El chino cada vez estaba más
mosqueado y yo no daba el brazo a torcer. Si él se enfadaba, yo más. Que el me
intentaba engañar, yo le iba detrás. Y todo el rato en chino. Reconozco que me
sentía orgulloso de mi nivel de chino en ese momento. De vez en cuando el chino
iba soltando comentarios como es que ahora pasa cualquier estadounidense y
le vendo uno por dos mil yuanes, y yo le respondía es que ellos son
tontos, nosotros no. O los españoles
que venís aquí siempre os quejáis de que no tenéis dinero, y yo le
contestaba es que hay mucha gente que no
tiene trabajo y es verdad, no tenemos mucho dinero.
Tras casi 1 hora regateando, el
chino ya lo dejó en 900 los tres,
pero era mucho más de lo que me habían dicho. Yo en este punto le dije: mira, 600 es lo máximo que te voy a dar.
Y empezó a recoger los relojes soltando comentarios. Veía que se me estaba
escapando, y entonces le dije: 700 y ya está. Y me dijo que con esa
cantidad él perdía dinero y que no quería. Y
nos echó. Guardó los relojes, y nos sacó de la trastienda. Perdí el
combate y nos quedamos sin relojes. Me dio una rabia...
En ese momento la idea que tuve fue dejar pasar un
rato, dar una vuelta y pasar por delante de la tienda al cabo de unos minutos,
para ver si así pensaba un poco, se arrepentía y me decía que sí, pero no
tuvimos éxito. Así que salimos de allí sin los relojes y sinceramente, no tenía
ganas de ponerme a regatear otra vez. Por eso dicen que hay que ir mejor por la
tarde o a última hora, porque ya han sacado bastante dinero y ya no les
interesa tanto sacar dinero. Una pena... Pero bueno, la experiencia fue
inolvidable.
Tras salir de allí, fuimos a dar una vuelta y para
el hotel a comer algo. Teníamos el tren de vuelta a Tianjin a las 16:15
y teníamos que salir aproximadamente 1 hora y media antes, porque la estación
estaba a media hora en metro.
Recogimos las maletas en el hotel. Nos las dejaron
guardadas en una habitación sin pagar nada. Fuimos a por el metro y pusimos
rumbo a la estación. No hacía falta hacer transbordo, así que era cuestión de
esperar el paso de las paradas. Yo estaba bastante tranquilo porque íbamos con
tiempo de sobra, pero cuando faltaba una parada para llegar a la estación de tren,
tuvimos que bajar. Por lo visto, no todos los metros llegan a la última parada
y teníamos que esperar unos 15 minutos a que llegara el siguiente.
Faltaban 50 minutos para que saliera el tren, pero no quería que me pasara como
Xi’an, que perdimos tiempo para encontrar el andén. Sin embargo, no fue así.
Llegó el metro, encontramos bien la estación pasamos los controles y unos 10
minutos antes de salir entramos por la puerta del tren. Por delante teníamos 5
horas y 15 minutos de trayecto hasta la estación del este de Tianjin.
El trayecto fue muy agradable. Yo tuvo tiempo de
anotar todo lo que habíamos hecho durante el viaje, por ejemplo, y también
tuvimos la oportunidad de contemplar gran cantidad de paisajes de gigantescos
arrozales. En el trayecto también nos topamos con un chico español, que nos
escuchó hablando y nos saludó. Por lo visto se dedicaba a inspeccionar fábricas
y a pasar controles de calidad. Trabajo tenía seguro.
Y nada a las nueve de la noche llegamos a Tianjin.
Tomamos el metro y nos bajamos en la estación más cercana a la universidad
donde estudié todo el año. Habíamos reservado una habitación en la residencia
para pasar allí la última noche en Tianjin.
En la residencia ya no quedaba casi nadie. El curso
se había acabado dos semanas antes y ya quedaban un grupo de estadounidenses
que estaban haciendo un cursillo y algunos estudiantes que esperaban volver en
los siguientes días. También estaban Ari y Judit, dos compañeras de mi
universidad que pasaron todo el año conmigo. Todos volvíamos el lunes 15.
Tras asentarnos en la habitación, fuimos a buscar
algo de cenar a la Stinky Street, que
estaba detrás de la universidad, cenamos en el hall de la residencia, planeamos un poco lo que íbamos a hacer al
día siguiente y estuvimos comentando todo lo que habíamos vivido en el viaje.
Antes de apagar la luz aquella noche, me entró la
nostalgia. Me costó cerrar los ojos porque no podía creer que aquella fuera a
ser mi última noche en Tianjin. Después de tantos días, muchas semanas y varios
meses, nuestro viaje en familia casi se había terminado y mi año por China se
iba a extinguir en poco más de 24 horas. No pude evitar hacer memoria de todos
los momentos vividos, de todo lo que había aprendido y de toda la gente que
había conocida. La tristeza se convirtió en alegría porque cuando vives
experiencias tan maravillosas y notas que has crecido como persona, solo te queda
cerrar ese capítulo de tu vida y confiar que el siguiente será igual o mejor
que el anterior.
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