El viaje en tren fue de lo más agradable. Me
sorprendió gratamente la verdad. Reconozco que compré los billetes a
regañadientes básicamente porque tuvimos que cambiarlo a última hora, y pese a
ser un viaje de 17 horas, no se hizo nada pesado y fue una estupenda
ocasión para descansar, ya que después de la paliza de la semana anterior por
Pekín y Xi’an necesitábamos un poco de pausa y no forzar la máquina demasiado.
Alrededor de las 7:45 de la mañana el revisor
del tren pasó para decirnos que en unos 30 minutos llegaríamos a la estación
central de Shanghai. Recogimos nuestras cosas, nos aseamos un poco, nos
vestimos y cuando paramos en el andén, salimos en busca del metro. Shanghai nos
recibió con un sol del infierno y con una ola de calor que seguía pululando por
tierras chinas.
¡Ojú, qué calor! |
Teníamos el hotel en un lugar bastante céntrico y
la parada estaba en la línea verde — (南京东路) — y la estación donde nos encontrábamos estaba en la línea
roja — (上海火车上) —, así que teníamos que hacer transbordo en (人民广场) que conectaba la roja con la verde.
Esta vez no íbamos a tirar de tarjetas porque para
cuatro días iba a ser un gasto excesivo, así que fuimos comprando billetes
individuales cada vez que tomamos el metro. Nos montamos en el metro y llegamos
al transbordo, pero algo nos detuvo cuando fuimos a tomar las escaleras
mecánicas para ir al andén. Había un
tapón de gente. Al ser hora punta, la estación se fue llenando de gente y
al no poder bajar, cada vez se iba acumulando más gente lo que hacía que la
situación fuera de lo más agobiante. Os dejo un vídeo para que veáis como estaba la situación.
Tras 10 minutos, aquello era insostenible y nadie
se movía, pero cada vez había más gente apelotonada y se empezaron a producir
empujones y situaciones un poco tensas. Decidimos salir de allí, perder el
dinero del billete de metro, ir a un sitio a desayunar alguna cosa y cuando
todo estuviera un poco más tranquilo, volver a entrar. 15 minutos después,
vimos como la marea de gente empezaba a moverse y un poco más tarde, el atasco
ya se había dispersado.
Entramos en un McDonalds y allí nos quedamos un
buen rato. En el fondo tampoco teníamos prisa para llegar al hotel, porque nos
esperaban a las 10 de la mañana aproximadamente y los días por Shanghai nos los
íbamos a tomar con un poco más de calma.
Aproximadamente 45 minutos después, la circulación
de gente ya había vuelto a niveles normales y decidimos volver a intentarlo e
ir a por el metro.
El hotel de Shanghai me lo recomendó Judit, una
compañera que estudió conmigo en Tianjin. No era muy caro y estaba bien
situado. Tenía la dirección apuntada en un papel, pero lo importante era
encontrar la salida correcta del metro para no dar más vuelta de la cuenta.
Ella me dijo: cuando salgas tienes que ver un Forever 21 gigante. Y cuando en la primera salida que
tomamos al azar lo vimos, me dio una alegría que no os podéis ni imaginar. Ante
nosotros se alzaba una calle larguísima llena de tiendas de moda de conocidos
diseñadores, restaurantes de comida rápida y multitud de personas caminando
arriba y abajo. Se respiraba modernidad. Había algo en el ambiente que no había
visto en ninguna otra ciudad de China.
¡El Forever 21! |
Siguiendo las indicaciones del mapa que había visto
en el metro, cruzamos una calle y seguimos recto hasta encontrar la calle del
hotel y unos metros más adelante, voilà, allí
estaba. Una de las cosas que me tenían más intranquilo de Shanghai era el
hotel. Al reservar recibí confirmación de todos menos de este. Estuve mandando
correos electrónicos días antes de irnos, pero seguía sin recibir respuesta. Al
final, el mismo día de llegar a Xi’an recibí uno que se había tramitado la
reserva correctamente, pero aún así, no las tenía todas conmigo hasta que el de
la recepción (que por cierto tuvo que cambiar de acento, porque al principio no
entendía ni una palabra de lo que me decía) me confirmó que teníamos dos
habitaciones hasta nuestra salida el sábado. Respiré aliviado y me relajé por
completo.
Tuvimos que esperar un poco porque las habitaciones
aún no estaban listas, pero bueno con el aire acondicionado y un poco de agua
que compré en un súper que había a la vuelta de la esquina amenizamos la espera
de la mejor manera. También me fijé que había algunos restaurantes y bares
donde había platos bastante interesantes.
Cuando nos dieron las llaves de las habitaciones,
aprovechamos para darnos una merecida ducha, quedamos para decidir lo que
íbamos a hacer esa tarde y comimos un poco.
Teníamos por delante la visita de Shanghai, la
ciudad más poblada de toda China y una de las más pobladas de todo el mundo.
Shanghai yace en el delta del río Yangtsé. Shanghai está centrada en la costa
del mar de la China Oriental y es administrada al máximo nivel con la categoría
de municipalidad bajo jurisdicción central, que es un término que se utiliza en
chino para denominar aquellas ciudades que tienen el nivel más alto que puede
alcanzar una ciudad. En China hay 4 ciudades así: Pekín, Shanghai, Tianjin y
Chongqing.
Actualmente es uno de los centros económicos,
comerciales y turísticos más importantes de toda China y pone de manifiesto el
continuo desarrollo de la población china. Hay una mezcla entre lo modero y lo
clásico y lo oriental con lo occidental.
Shanghai no cobró nombre en China hasta 1842,
cuando se estableció la concesión británica. Poco después llegarían los
franceses y los estadounidenses y en 1853 el puerto de Shanghai ya se había
colocado como el más importante de todo el país. Construida sobre el comercio
del opio, la seda y el té, la ciudad atrajo también a las principales entidades
financieras del mundo. Shanghai se convirtió además en sinónimo de explotación
y vicio, con sus innumerables fumaderos de opio, bares y burdeles regentados
por bandas. Todo bajo la custodia de la marina de Estados Unidos, Francia e
Italia, los soldados británicos y la armada japonesa.
Tras el golpe de Chiang Kaishek contra los
comunistas en 1927, el Kuomintang cooperó con la policía extranjera y las
bandas de Shanghai y con los dueños de fábricas, chinos y extranjeros, para
reprimir la revuelta. Explotados, castigados por el hambre y la miseria,
vendidos como esclavos, excluidos de la buena vida y de los parques creados por
los extranjeros, los pobres de Shanghai se radicalizaron. El Partido Comunista
Chino (PCCh) se fundó aquí en 1921, y tras numerosos reveses, liberó la ciudad
en 1949.
El centro de Shanghai se divide en dos zonas, Puxi y Pudong. En Puxi se
encuentran los puntos de interés histórico, las antiguas concesiones
extranjeras y los lugares de ocio (bares, restaurantes y clubes nocturnos más
de moda); y en Pudong, más nuevo, se encuentra la sede del distrito
financiero, que marca el famoso perfil urbano de Shanghai.
Shanghai crece a un ritmo vertiginoso y se operan
más cambios que en cualquier ciudad del mundo. Su economía, capacidad de
liderazgo y la confianza en sí misma la han colocado muy por delante de los
demás ciudades chinas. Si los Juegos Olímpicos fueron un gran avance para Pekín
en 2008, la Expo lo fue para Shanghai en 2010.
Nombre
|
Shanghai (上海)
|
Significado
|
Sobre el mar
|
Entidad
|
Municipalidad
|
Población
|
+ 23 millones de habitantes
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Superficie
|
|
Alcalde
|
Han Zheng
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PIB
|
200.000 millones de yuanes
|
Subdivisiones
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19 distritos
230 cantones
|
Gentilicio
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shanghaiano /shanghaiana
|
Abreviatura
|
Hu (沪)
|
Nuestra primera parada era caminar a lo largo de
toda la calle Nanjing (南京). Nosotros estábamos
en el tramo este, así que queríamos caminar hasta el tramo oeste y seguir hasta
que nos cansáramos.
A simple vista parecía como cualquier ciudad
Europea pero con un ligero toque oriental, lo que te atraía mucho más. Lo
primero que me llamó la atención fue que mientras caminábamos tranquilamente
por la calle, se te acercaban chinos para venderte bolsos, carteras y relojes
de marca. Decidimos ignorarlos para evitarnos problemas.
Tras caminar un buen rato llegamos a nuestra
primera parada: la Plaza del Pueblo (人民广场). En su antigüedad era un
hipódromo, pero ahora es el centro neurálgico de la ciudad. Esa mañana habíamos
estado allí, escapando de la muchedumbre que esperaba ávida cruzar los
controles y llegar al metro, pero esta vez decidimos meternos en los jardines y
contemplar lo que había alrededor. Era bonito y se veía bien cuidado, no lo voy
a negar, pero hacía tanto calor que yo personalmente no lo disfruté.
Seguimos caminando y nos metimos en una zona de
tiendas y marcas de lujo. Shanghai desprendía un olor a modernidad y sobre todo
a dinero que me estaba dejando muy impresionado. Y lo más importante, por las
calles se veía mucho extranjero, mucho más que en otras ciudades. Sin duda, el
hecho de que se haya desarrollando tanto y todo tenga un toque muy del siglo
XXI es lo que atrae a los extranjeros a elegir Shanghai.
Caminando llegamos al templo de Jing’an (静安). Es un templo budista y el más
antiguo de toda la ciudad. No pudimos entrar porque ya habían cerrado cuando
llegamos, pero lo que más me impactó no fue ni la arquitectura, ni la
disposición de las columnas ni los pigmentos de las paredes; sino dónde estaba
situado. El templo estaba absolutamente absorbido por centros comerciales,
rascacielos, el tráfico y las luces de neón. El paisaje era de lo más contradictorio
que he visto en China. Me volvió a recordar esa capacidad que tiene los chinos
a veces de cargarse las cosas por querer correr demasiado, como ese artículo
que leí en un periódico que construyeron un rascacielos en medio de una
autopista “sin darse cuenta”. Siempre he pensado que en China manda el “y yo
más”, sin pensar en las consecuencias. Y en aquel caso, ver aquel templo
budista tan bonito rodeado de escaleras mecánicas y de señales de tráfico me
pareció algo espantoso. Pero es lo que hay, supongo.
El templo Jing'An absorbido por la modernidad de Shanghai |
El sol se estaba poniendo, el calor nos dio un poco
de tregua y decidimos tomar el tren y volver al hotel para cenar en uno de los
restaurantes de la zona. Lo que teníamos que visitar por la noche nos quedaba a
tiro de piedra, así que era perfecto.
El restaurante en el que entramos no era muy grande
y tenían una carta bastante suculenta y a buen precio. Pedimos varios platos de
carne y fideos y la verdad es que cenamos muy bien. Conseguimos dar esquiva a
los platos picantes, nos sirvieron rápido y bien y la comida estaba muy buena.
Con la luna encima de nuestras cabezas, decidimos
ir a visitar una de las atracciones principales de Shanghai: el Bund (外滩).
Este fue el nombre que le pusieron los ingleses al
terraplén de un muelle. Es una zona de edificios situados a orillas del río
Huangpu (黄埔), justo enfrene del barrio de Pudong. En esta zona se encuentran algunos
de los edificios más emblemáticos de la etapa colonial europea. A finales del
siglo XIX y principios del XX fue uno de los mayores centros financieros de
toda Asia. En conjunto son 52 edificios de estilos que van desde lo clásico a
lo renacentista. Se le conocía como el Wall Street de Asia.
Se construyó además un muro de contención y se
ensanchó la carretera y en 2009 se soterró el tráfico para que la zona sea más
agradable para los peatones.
Los edificios más destacados son el Banco de
Desarrollo de Pudong, antes conocido como Banco
de Hong Kong y Shanghai, que sirvió de ayuntamiento desde 1950 hasta 1990;
el Hotel Peace y la Aduana de Shanghai.
Nuestro hotel quedaba a exactamente 5 minutos del
Bund. Y cuando fuimos llegando, vimos hordas de personas caminando hacia el
mismo destino. La noche es quizás el momento idóneo para visitar el Bund porque
están todas las luces de los rascacielos de Pudong encendidas y la gente se
dedica a echar fotos sin parar y a caminar por el paseo.
Vista de Pudong desde el Bund |
¡Qué bonita vista tiene el Bund! Me dejó sin
palabras. Si no fuera porque casi me tengo que pelear con mil chinos para
sacarme una cochina foto... Dejando las tonterías de un lado, la verdad es que
las vistas de los edificios iluminados son espectaculares. Junto con los
guerreros, era mi siguiente atracción turística que más ganas tenía de ver y no
me decepcionó ni una pizca.
De hecho, el tiempo se nos pasó volando. Estuvimos
aproximadamente dos horas paseando y contemplando sin parar el Bund y cada vez
que lo miraba, más se me caía la baba. No he contado cuantas fotos en total
echamos, pero yo encendía la cámara en cualquier tramo para inmortalizar el
momento desde todos los ángulos posibles, hasta esperaba que las luces de
algunos edificios cambiaran para poder captar en mi cámara el I (L) 上海.
Nos fuimos porque ya no había nada más que ver, no
porque no tuviéramos ganas de seguir viendo esa maravilla, porque de ser por mí
me habría quedado allí horas y horas contemplando el horizonte.
Sin embargo, la realidad es que estábamos muertos
de cansancio y de sueño y después de no haber dormido del todo bien la noche
anterior en el tren, descansar en una cama era lo que los cuatro más queríamos
en ese momento, después de pasar un espléndido primer día por Shanghai.
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