Mi hermano Alberto y mi cuñada Cristina me dijeron
antes de irme que harían todo lo posible para venir a verme, que les fascinaba
la idea de hacer un viaje a China, sobre todo porque al estar yo allí instalado
les sería más fácil conocer sitios, desplazarse y evitar problemas. Del dicho
al hecho hay un gran trecho, pero esa vez era cierto y hablaban totalmente en
serio.
En principio tenían que venir en Semana Santa,
pero como yo no tenía vacaciones y no podía estar por ellos porque tenía que
seguir asistiendo a clases y al ser un viaje muy largo y querer aprovechar más
las fechas, optaron por adelantarse las vacaciones en el trabajo al mes de
julio y llegar justo dos días después de que yo terminara el curso. En esas
fechas yo ya estaba totalmente libre y disponible y podríamos viajar y movernos
por China sin estar pendientes de nada más.
Así que poco después de que pasara Semana Santa,
fueron cumpliendo los requisitos: compraron los vuelos, fueron a buscar el
visado, se renovaron los pasaportes... Y durante varias semanas fuimos haciendo
conversaciones por Skype para decidir dónde íbamos a ir, qué querían visitar y
qué cosas tenían que preparar antes de venirse.
Al viajar a China pasa una cosa muy interesante y
es que la gente se vuelve un poco loca pensando en qué lugares visitar y pierde
un poco la noción “cerca/lejos”. Lo digo porque mi hermano quería ir a visitar las
montañas de Zhangjiajie (张家界), donde James Cameron se inspiró para rodar Avatar, pero eso suponía coger
un avión o tomar un tren nocturno de más de 10 horas desde Shanghai. Luego
también quería ir a Hong Kong, pero eso les suponía ampliar su visado y nos
desviaba demasiado de la ruta. Tuve que convencerle de que las distancias son
muy amplias y que a pesar de tener dos semanas por delante, había muchas cosas
que ver en otros sitios y que no se preocupara que íbamos a aprovechar el
tiempo al máximo.
Lo que no contaba yo es que a una semana de que
vinieran, haciendo Skype con mi madre ella me soltara una bomba:
MAMÁ: Tengo que decirte una cosa que llevo tiempo
sin decirte.
YO: Dime, ¿qué pasa?
MAMÁ: ¡Que también voy a China!
YO: :O
Por lo visto había estado metida en el viaje con mi
hermano y mi cuñada durante todo el proceso y la muy ****** no solo no me dijo
nada, sino que me iba preguntando cosas de lo que hablaba con mi hermano
haciéndose la despistada. Estuve en estado catatónico un par de horas tras
enterarme del bombazo. Estaba realmente feliz de que mi madre se atreviera a
cruzar medio mundo para venir a verme y para conocer China, una experiencia que
estaba convencido de que les iba a cambiar la vida a los tres.
El hecho de viajar juntos era maravilloso pero en
parte también era un reto para mí, porque tenía que encargarme de TODO: hoteles, transportes, dinero,
direcciones, mapas, idioma, comida... Eso me asustó un poco porque era mucha
responsabilidad y la verdad que tenía muchos nervios porque quería que todo
saliera perfecto. Quería que el viaje estuviera a la altura, que vieran todo lo
posible, que les gustara, que se lo pasaran bien y que aprovecharan la
experiencia al máximo.
Así que tras esta introducción empieza este diario
de viaje que dura 15 días, desde
el 30 de junio de 2013 hasta el 15 de julio de 2013, cuando volvimos todos
a casa; en mi caso, cinco meses después de dejar España.
DÍA 1 — DOMINGO 30 DE JUNIO DE 2013. TIANJIN (天津)
El primer día empezó muy temprano para los cuatro.
Mi madre, mi hermano y mi cuñada salieron de Barcelona a las 6 de la mañana destino Pekín del sábado
29, haciendo escala en Zurich. Llegaban el domingo 30 sobre las 6.30
de la mañana al aeropuerto y yo obviamente tenía que estar allí para recogerlos
y llevarlos de vuelta a Tianjin, donde íbamos a pasar los primeros dos días
para que se aclimataran un poco y de paso conocer la ciudad donde pasé
estudiando un año.
El dilema para mí era llegar a la hora al
aeropuerto para que no tuvieran que esperarme y se pusieran nerviosos. En un primer
momento pensé en pasar la noche en el aeropuerto, pero la experiencia que tuve
en enero cuando volví fue espantosa, así que decidí tomar el bus que conecta
Tianjin con el aeropuerto de Pekín. El primero salía a las 4 de la mañana
y llegaba sobre las 7 aproximadamente, así que prácticamente llegábamos a la
misma hora.
Aquella madrugada salí a la calle y pasó lo que me
temía: no pasaba ningún taxi para
que me llevara, pero al cabo de 20 minutos pasó uno y me recogió. Aproveché
para hablar con el taxista y como me dijo que hablaba muy bien, me hizo hasta
descuento.
El bus al final llegó media hora antes, pero aún
así, cuando se abrieron las puertas salí corriendo hacia la puerta de llegadas.
Por suerte aún no habían salido y les tuve que esperar y todo unos 20 minutos,
pero no me importó, porque me alegró mucho las caras que pusieron cuando me
vieron allí. Sé el desconcierto que crea salir por la puerta de ese aeropuerto
y no saber dónde ir, así que me puse muy contento de estar allí para darles la
bienvenida y dar el pistoletazo de salida a nuestro viaje.
La idea era volver a Tianjin, pero si cogíamos el
bus directo íbamos a tener problemas con los taxis para volver hacia la
residencia donde yo estudiaba, donde íbamos a quedarnos todos a dormir. Así que
decidimos sentarnos en una cafetería, ponernos al día, desayunar un poco
(traían bocadillos de jamón, ÑAM!) y coger el bus que iba del aeropuerto a la Estación
Sur de Pekín (北京南), para coger el tren bala hacia Tianjin. El metro lo descartamos porque
había tramos sin escaleras mecánicas y al ir tan cargados de maletas iba a ser
complicado, así que como no teníamos prisa, nos lo tomamos con calma.
Dicho y hecho, tomamos el bus y al bajarnos una
hora después en la estación sur, pude ver el shock cultural de mi
familia reflejado en sus caras. Las bocas abiertas, los ojos como platos y las
caras que dicen “dónde nos hemos metido”.
Lo que para mí era normal, para ellos era estrafalario y me vino bien para
reaccionar y darme cuenta de lo inevitable: había conseguido acostumbrarme
bastante bien a China y su cultura.
Tras llegar a Tianjin, cogimos el bus en la
estación y fuimos para la residencia y para nuestra habitación. Sus caras eran
un poema, contemplando el paisaje y el comportamiento de los chinos. En ese
momento dejé que absorbieran todo lo que les iba llegando a través de los
sentidos y que empezaran a empaparse de lo que era China y no de esa idea
establecida que uno tiene cuando coge el avión.
A la llegada a la habitación, les dejé descansar y
que se dieran una buena ducha antes de ir a comer algo. Yo hice lo mismo el
primer día que llegué a Tianjin, así que lo entendí perfectamente cuando me lo
pidieron.
Se nos hizo tarde para ir a comer a la cantina de
la residencia, por lo que fuimos a buscar algo de comer a la calle más
asquerosa y más guarra que había cerca de la universidad. Nosotros la apodamos
cariñosamente Stinky street (calle
apestosa), porque huele a basura y da pena cruzarla, pero había varios
restaurantes con comida buena y siempre te servían, fuera la hora que fuera.
Entramos en uno al que íbamos de vez en cuando y
ellos fijaron su mirada en un elemento: la salida de humos. Estaba
torcida, totalmente negra, llena de grasa y chorreaba mierda por todas partes.
Como querían probar comida china y conocer China, creo que fue una buena
primera prueba para que conocieran la verdadera China.
Pedimos platos distintos para llevar y mi hermano
se pidió uno al que le pusieron un poco de picante. No se comió ni la mitad y
encima le sentó mal. En ese momento los tres empezaron a entender un poco lo
difícil que es acertar a veces cuando te pides un plato en un restaurante chino
si no sabes lo que quieres o lo que vas a pedir.
Aquella tarde dejé que mi hermano y mi cuñada se
echaran una buena siesta y aproveché para ir con mi madre al Century, un
supermercado que teníamos al lado de la residencia y donde casi siempre íbamos
a comprar, para comprar algo de desayuno para el día siguiente. Aproveché la
ocasión para enseñarle TODO lo que
había por los pasillos. Mi madre alucinó, sobre todo cuando vio el pescado y la
carne. En ese momento me dio un toque en la espalda y me dijo:
Hijo, tenías
razón. Bien hecho por no comer nada de esto en todo el año.
Después de intentar convencerme durante tantos
meses, me alegró poder darle un motivo de peso, aunque al final tuviera que verlo con sus
propios ojos para darse cuenta.
Tras las compras, salimos de allí con mi madre aún
en shock. Al volver, nos volvimos a vestir y salimos en bus para el centro de
Tianjin, a la zona comercial (滨江道).
A parte de la iglesia, es una zona comercial propiamente dicha,
plagada de tiendas que venden de todo, restaurantes de todo tipo, karaokes (KTV
como les llaman en China), y edificios con más tiendas, restaurantes y
mercados. Es una zona por la que caminar y perderse entre el bullicio. Era el
lugar perfecto para dar a entender a mi familia que China ya está metida en la
sociedad de consumo, la gran cantidad de productos que venden, que la gente
come en McDonalds y que las nuevas generaciones son adictas a los móviles, como
pasa aquí.
Un tramo del paseo de 滨江道 |
Un centro comercial de la zona |
Allí también nos cruzamos con el “loco de la bici”.
Nosotros ya lo habíamos visto varias veces. Es un hombre que iba en bicicleta
(hasta ahí bien), sin camiseta y gritando como un loco poseso y llamando la
atención.
Tienda de churros |
Ya que estábamos allí, decidimos comer algo en una
calle que hay donde tienen pequeñas paraditas, donde sirven pinchitos de carne
y pescado que te hacen al momento, tortitas rellenas de carne, raviolis chinos
(包子/饺子), huevos rebozados... Una gran variedad de cosas. Hay una parada donde
se supone que venden “churros españoles”, pero aquí te los sirven con helado y
chocolate desecho por encima. Mi madre no se atrevió, pero mi hermano y mi
cuñada optaron por probar algunos pinchitos y las tortitas rellenas. Más tarde
también compré un poco de Mahua (麻花) para que lo probaran, que es una
especie de trenza dulce típica de Tianjin.
麻花 |
Tras entrar a chafardear en algunas tiendas, hacer
muchas fotos, seguir alucinando con los chinos y ver de cerca la iglesia,
volvimos a la residencia a terminar de cuadrar la hoja de ruta y, sobre todo, a
descansar. Había sido un día muy largo, de muchas emociones y cerrar los ojos y
relajarse era lo más importante en ese momento.
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